Dicen que el silencio es salud, pero en cuestiones judiciales, el silencio puede ser clave para definir la situación procesal de una persona. Y eso sucedió con Braian Leguizamón, que terminó imputado por el crimen de Ana Dominé después de haber aportado algunos indicios en su declaración, pese a que el fiscal Carlos Sale había reconocido que no tenía indicios en su contra.
Conocido como “El Hijo de Zenón”, habló de más al hacer uso de la palabra durante la audiencia. “Fui al negocio de él porque me habían dicho que tenía muy buenos precios. Le compré entre $70.000 y $80.000 en champagne para mi fiesta de cumpleaños”, contó sin problemas el imputado de homicidio doblemente agravado. “Él”, es Lucas Quesada, el hijo de la víctima. El comercio, es la distribuidora de bebidas que la familia tiene en Lamadrid 1.300.
“Lucas me trató muy bien. Me hizo un buen precio y por eso compré ahí. Hasta me prestó ‘yeleras’ (sic) como le había pedido. También me ayudó a cargar el auto”, le respondió al fiscal Sale el joven. Sin querer y sin que nadie lo hubiera dicho hasta el momento, se ubicó en el lugar donde se comenzó a escribir el crimen de la mujer. Luego, el querellante Patricio Char le preguntó si había ido otras veces al comercio: “sí, para pedirle precios porque un amigo (no lo identificó) me lo había recomendado”. El representante legal de la familia Dominé después aclaró que efectivamente fue martes, jueves y viernes al local. “Podríamos sospechar que fue a realizar tareas de inteligencia, pero la investigación recién está comenzando”, comentó el profesional en una entrevista con LA GACETA.
Leguizamón declaró que no terminó el secundario para ayudar a sus padres. El papá, según dijo, se dedica a la venta de puertas y ventanas callejera. Mientras que su madre comercializa ropa en barrio Victoria. Su actividad comienza a las 10 cuando recorre las calles con la mercadería que le entrega su progenitor y, por la tarde, vende para su mamá. Señaló que sus ingresos son de aproximadamente $ 7.000 por semana.
“El Hijo de Zenón” comenzó a molestarse cuando comenzaron a indagarlo sobre la fiesta que realizó el sábado 12. “Cumplí el 9, pero como ninguno de mis amigos podían ir porque trabajaban decidí hacer una fiestita el sábado al mediodía. Mis padres me ayudaron porque eran mis 18”, destacó.
La “fiestita” a la que se refirió Leguizamón se desarrolló en Matheu al 1.700. A la reunión, según reconoció el mismo imputado, asistieron unas 60 personas, pese a la prohibición de organizar reuniones sociales. “Duró hasta que llegó la Policía y pidió que la suspendiéramos porque estaban prohibidas. Ahí empezó todo”, indicó. (Ver nota “Volvió a …). “Estuve todo el tiempo con mis amigos. Después me fui a una casa de una amiga. No tengo nada que ver con los acusados ni con este hecho”, agregó con tono firme.
“No entiendo por qué tanta dudas con la fiesta. No hay nada extraño. La hice el sábado porque la mayoría de mis amigos no podían ir”, agregó. “Mis padres me regalaron un auto porque sabían que era una fecha importante”, indicó. El juez Rafael Macoritto lo interrumpió porque no escuchó bien y le repreguntó: “Perdón… ¿Qué le regalaron?”. Sin pausas y visiblemente molesto, le respondió: “sí, un auto. Un BMW modelo 2009”. La cara de sorpresa de las partes se notó en los monitores, ya que la audiencia fue remota.
“Fue un regalo de mis padres que, al igual que la bebida y la comida de la fiesta, fue porque mi papá venía ahorrando”, concluyó el vendedor ambulante de puertas y ventanas.